La última cena.


I.

Jesús consultó la hora en su reloj de pulsera. Usaba la reliquia solo porque era el deseo del abuelo: “Jesusito; prométeme que no dejarás que el tiempo te pase”.

Aún era temprano. Jesús se miró al espejo. ¿Acaso ella se decepcionaría? Un leve escozor lo paralizó durante un breve instante. Nunca se había preocupado demasiado por su aspecto, Jesús era el típico “ratón de biblioteca”. Un pancho, diría la muchachada. No era precisamente un chico extrovertido; más bien todo lo contrario: tímido en extremo, se ponía muy nervioso ante el contacto con el otro, y las señales lo delataban, sus mejillas enrojecían hasta quedar moradas. Jesús casi no salía de su casa porque le daba vergüenza caminar por la vereda.

Sus sentimientos hacia las mujeres eran contradictorios: las deseaba fervientemente, y a la vez, les tenía fobia. Con sólo concebir la idea de tener que hablar con una, le venían palpitaciones, y se descomponía. Eran tales las sensaciones de desasosiego, que prefería prescindir de ellas.

Jesús pasaba largas horas en la computadora. En su mundo cibernético se sentía a salvo. Podía satisfacer su eros por cuenta propia y también podía hablar. ¿Qué más podría pedir? Cuando chateaba, Jesús se desvestía de miedos, y se transformaba en un interlocutor interesante, podríamos decir hasta seductor.

Sin embargo, esta vez no había podido resistirse.

Todo había comenzado aquella semana en que vio la foto de YoRob666. ¡Mi Dios! A Jesús le parecía el cuerpo más hermoso que había sobre la faz de la Tierra. Las fotos de YoRob666 la mostraban untada en aceite, y sus formas se veían voluptuosamente perfectas. Sus labios eran carnosos. Sus ojos tan turquesa, Jesús jamás había visto a nadie con aquel color. El cabello, rubio. ¡YoRob666 era una Barbie de carne y hueso!

Entonces, decidió encarar a YoRob666 por chat, y cuando quiso acordar, habían concertado una cita. Jesús se había dejado llevar. Pero se dijo que no iba a cancelar. Esta vez, había decidido atreverse.

El día señalado había llegado, y Jesús se preparaba para la cita.

¿Qué hacer con sus anteojos de gruesos cristales? El armazón estaba demodé. Jesús tomó una decisión: Iría sin ellos. Compró por catálogo unas lentes de contacto, y se le antojó divertido pedirlas de color. Eran verde esmeralda.

¿Y sus cabellos sin rumbo alguno? No lo dudó; acudió a un estilista. Quedó conforme con el resultado, se lo habían dejado corto, pero con onda.

¿Y la ropa? Intuía que todo gasto para con YoRob666 era una inversión, así que adquirió un jean Stone-Washed, y un sweater negro.

Jesús se afeitó, y como toque final, se roció con CK, también incluido en el presupuesto de inversiones.

Ya estaba listo.

II.

Jesús llegó puntual al Bar 62, lugar definido para la cita. Se sentó en una mesita redonda y pidió un wisky para calmar su ansiedad. La noche estaba gélida, pero dentro del bar había bullicio y Jesús se escudó tras él. ¿YoRob666 lo iría a dejar plantado? ¡No hay derecho!- pensó Jesús.

Irritado porque el tiempo transcurría y ni señales de la susodicha, se levantaba para retirarse cuando YORob666 hizo su aparición. ¡Menos mal!- pensó ahora Jesús.

Su corazón se agitaba con un movimiento uniformemente acelerado. Ella se acercaba a la mesa.

-“¿Jechu?”-

-“¿YoRob666?”-

-Jesús, encantado, sentate, por favor.”

-“Soy Roberta, mucho gusto.”

Jesús no podía creer los rasgos perfectos de Roberta, sus ojos efectivamente eran tan turquesas como se los veía en la foto, su cabello rubio y largo, liso como el de la chica de la propaganda de Sedal. Su nariz, respingada, sus pómulos, bien marcados, sus labios más carnosos que los de Angelina Jolie.

Roberta vestía hippie-chic. Un foulard despojado, un abrigo de lana asimétrico de color púrpura, debajo una camisa blanca con puntillas y alforzas, de transparencia sutil. Completaba el conjunto un pantalón negro, y botas de caña alta. Y una carterita Chanel, con cadena.

Roberta comenzó la charla. Jesús aún obnubilado por su belleza, no atinaba a emitir vocablo alguno. Pero ella estaba muy locuaz.

-“¿Cuántos años tenés?”

-“Cuarenta”

-“¡No los aparentás para nada!”

-“¿Y vos, cuántos años tenés?”

-“¡Un buen caballero debería saber que a las mujeres no nos gusta que nos pregunten la edad!”

-“Perdoname, no sabía…”

-“A ver; ¿cuántos años me das?”

-“Hm.. ¿30?”

-“Algo así…”

-“Ok”

-“Me gusta mucho tu nombre”

-“Ok”

-“Es que es el nombre de Nuestro Señor”.

-“¿Creés en Dios?”

-“Claro, todos creemos”.

-“No. Todos no. Bah, yo no.”

-“¡Qué contradicción! “

-“¿Por?”

-“Por tu nombre, ¿te gusta tu nombre?”

-“Me gusta, porque Jesucristo fue un gran revolucionario”.

-“¿Sos comunista? – Roberta lo miró espantada.

-“No. Soy anarquista.”

-“Perdoname, no puedo creer que no creas en Dios, no entiendo quién te indica el camino”.

-“¿ A vos, Roberta?”

-“El, por supuesto. ¿Sabés? Yo antes de acostarme siempre le rezo, y él me da su bendición”.

-“Hay algo que no entiendo. ¿Cómo lo ves?”

-“Cierro los ojos, y El está ahí”.

-“Bueno, pero si abrís los ojos, El no está, me refiero, él no se ve”.

-“Lo que pasa, Jesús, que vos no tenés fé.”

-“¿Cómo es que alguien que no se pude tocar te dice lo que tenés que hacer?

-“No sé cómo explicarte, pero él está, y me dice”.

-“¿ Y vos siempre hacés lo que él dice?”

-“Claro, lo dice El”.

-“¿Pero siempre estás de acuerdo con El?”

-“Sí, es SU voluntad, y no pienso que las cosas puedan ser de otro modo”.

-“Pero Roberta; hay muchas maneras de que las cosas sean”.

-“Yo no lo veo así, las cosas son, lo que sí pasa es que las cosas están bien, o las cosas están mal”.

-“Pero hay cosas que están en parte bien y en parte mal, y otras que están en parte mal y en parte bien”.

Roberta abrió su carterita Chanel, y sacó un espejo. -“Creo que me entró algo en el ojo, el aire está muy viciado”. Cuando giró la cabeza, observó que en la mesa contigua había dos varones que conversaban animadamente. Uno de ellos tenía un tinte de voz afeminado.

-“¡Qué desgracia! Justo estos trolos se tenían que sentar acá.”

-“¿Te molesta?”

-“Los maricones me dan asco. Son unos degenerados, y pervertidos. Ser gay está mal”.

-“No estoy de acuerdo, cada uno tiene derecho de elegir en libertad lo que quiere ser”.

-“Entiendo que pienses así, por tus rebusques filosóficos, pero Dios creó al hombre, y luego a la mujer, y los hombres se emparejan con las mujeres y por eso nacen sus hijos. ¿Cómo nacerían los hijos? ¿Ves? Está mal que dos personas del mismo sexo se emparejen. “

-“Bueno, Roberta, hoy en día existen métodos para concebir muy diversos”.

-“Pará. ¿Y vos creés que un niño criado por dos personas del mismo sexo va ser normal? Eso debería estar prohibido porque estás creando una persona que es anormal”.

-“Yo creo que sos bastante estructurada, ¿me equivoco?”

-“Mirá, yo creo que vos pensás esto de mí, y tenés esas ideas tan extrañas porque no ves a Dios. Y entonces estás perdido, y por eso no sabés cómo son de verdad las cosas, y entonces dudás“

-“¿ Y no creés que haya alguna otra explicación?”

-“Mirá, Jesús, yo creo que Dios traza un camino para cada uno de nosotros, que se sabe desde que uno nace. Claro, algunos lo siguen y otros no le hacen caso, y se apartan. Bueno, yo pienso que eso está mal. Dios nos marca que debemos ser buenas personas, compasivas con su prójimo, que debemos procurarnos un destino importante. Yo desde chica sabía que iba a ser contadora. Bueno, mis padres son los dos contadores, y ahora yo tengo muchas responsabilidades en el estudio. Y nos ha ido bien. “

-“¿ Y a vos te gusta lo que hacés?”

-“No es cuestión de gustar, hay que tener éxito, y que sea redituable. Eso me gusta, ganar dinero con el trabajo.”

-“¿Y vos, a qué te dedicás?”

-“Soy profesor de filosofía”.

-“Pero entonces estás mal económicamente, digo porque los profesores no ganan nada”

-“No me importa, me alcanza para vivir, y amo lo que hago”.

-“¿Te puedo confesar algo? Yo en el liceo me aburría pila en filosofía, no entendía nada. Y creo que no tiene sentido pasártela viendo lo que pensaba fulano, mengano, dicen todos lo mismo pero distinto…”

-“Es tu punto, Roberta, y lo respeto, aunque no lo comparto. Creo que hacés una síntesis brutal”.
-“Todo bien, nos estamos conociendo. ¿Te digo algo? Me resultás raro, y por eso no me aburro con vos. Digo, alguien que “ame” la filosofía es raro, uy, perdóname!”

-“Si no te estás aburriendo, ¿qué más puedo pedir? ¿Sabés que sos muy linda?”

-“Gracias”.

III.

Jesús estaba sorprendido consigo mismo. Había estado locuaz, y no se sentía nervioso, sino todo lo contrario y Roberta lo había invitado a tomar un café a su casa.

Era un piso decorado con estilo minimalista. Una alfombra blanca y un chaise long tapizado en rojo, piso flotante, iluminación discreta. En un rincón una lámpara de pie de papel amarillo, que iluminaba con el color del sol. La protagonista era la estufa de leña.

Jesús aguardaba expectante porque Roberta se estaba cambiando. Luego de un lapso prolongado de tiempo, ella apareció.

Jesús creía estar viviendo un sueño, Roberta era perfecta, su piel aterciopelada, sus carnes firmes, turgentes, sus pechos esferas cual salidas de un molde, sus nalgas, con curvas exactas.
No era un truco de PhotoShop, ella era de verdad.

-“Vení, Jesús”, ella tenía puesto un conjunto de lencería color bermellón, medias y portaligas.

Jesús se acercó a Roberta. Le acarició los labios con los suyos, y con su pulgar le colocó el cabello detrás de la oreja. Con el índice comenzó a descender por su cuello, mientras besaba sus pezones erectos. Recorría con la legua esa piel con sabor agridulce, y fue viajando por el torso, espalda, vientre. Roberta gemía y jadeaba.

A Jesús le resultaba increíble la tersura de la piel de su nueva amiga, no había lunares, barritos, ni un grano, ni un matiz de color, era un marrón bronceado uniforme, tan uniforme que resultaba llamativo. La había desnudado por completo y no había imperfecciones ocultas.

Jesús se dijo que personas como Roberta seguramente concurrirían diariamente a un spa, no tendría problema en realizar erogaciones en ese rubro, y seguramente se habría aplicado todos los tratamientos laser y de cirugía existentes.

Al tocarla, Jesús había descubierto que sus senos y sus nalgas eran artificiales. Nada extraño, en esos días muchas mujeres se agregan cola y tetas.

Asimismo, había botox en sus labios.

Al principio Jesús estaba fascinado por tanta perfección, pero ahora, por alguna extraña razón, sentía cierto malestar.

-“¿Pasa algo?” – inquirió Roberta, y lo miró con sus ojos turquesas.

Jesús lo confirmó: tampoco ese era el color de sus ojos, pero notó algo raro en su mirada, no eran lentes de contacto.

-“Nada”- respondió Jesús, mientras su desagrado se hacía cada vez más evidente.

-“¿Ya no te gusto?”- le preguntó ella.

-“Ya te lo dije; sos muy linda”-, mintió ahora Jesús. Acto seguido decidió continuar con lo que habían empezado, sin pensar nada más.

Las caricias de Roberta hacia él eran deliciosas, y en los lugares adecuados, mas Jesús no terminaba de abandonarse. Eran caricias variadas, a veces suaves, a veces lo rasguñaba levemente con las uñas, a veces hacía más fuerza.

Pero algo anómalo sucedía. Las sesiones de caricias se reiteraban. Había tres series y aleatoriamente se combinaban. Pero se sucedían en forma exacta. Jesús le propuso hacer una pausa.

-“Perdoname, pero no estoy acostumbrado, no te lo dije antes para que no te decepcionaras de mi”

-“¿Sos vírgen? “

-“No es eso”

-“Prosigamos entonces”.

-“¿Podemos hacer una pausa?”

-“Esto no estaba en los planes”.

Roberta parecía contrariada.

-“Mirá Jesús, O tenemos sexo, O te vas para tu casa”.

-“¿No existe otra opción?”

-“No, Jesús, O tenemos sexo, o No tenemos sexo. Si decidís proseguir, lo hacemos, sino te vas para tu casa”.

-“Quiero que me des unos minutos, nada más”.

Roberta se recostó en el sillón rojo y volvió a decirle:

-“Esto no estaba en los planes”.

-“Roberta, sos muy estructurada, te pido que me des unos minutos, y te prometo no defraudarte”.

-“Esto no estaba en los planes”.

-“Roberta, creo que estás exagerando”.

-“Esto no estaba en los planes”.

-“Roberta, está bien, me voy”.

Jesús se vistió. Roberta no dijo nada. ¿Estaría dormida?

“Roberta, Chau”, repitió Jesús.

Entonces, Jesús se acercó para besarla y despedirse. Paralizado, comprobó que Roberta estaba fría. Además tenía los ojos abiertos. Jesús le tocó el cuello, y ella ya no tenía pulso. ¡Roberta estaba muerta! Un cadáver exquisito.

Jesús le cerró los ojos, y le arregló el cabello. La vestiría con un solero blanco, y la coronaría con una guirnalda de flores, cual virgen celestial.Jesús abrió el closet, y encontró una prenda que se asimilaba bastante a lo que buscaba. Era un vestido de bambula blanca con puntillas.

Fue entonces, cuando le corrió el cabello para colocarle el vestido que vio un punto rojo disimulado por la larga cabellera. El punto emitía un haz de luz.

Jesús estupefacto, devolvió las ropas al closet.

-“Esto no estaba en los planes”.

Jesús se dio la vuelta. Roberta estaba de pie tras él, con un revolver en mano.

“YoRob666 ¿verdad?”.

“Me caíste bien Jesús, pero yo solo sigo instrucciones”.

©Anna Donner 2009

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